Por: Ana María Estrada Tobón
Una invitación permanente es a armonizar la mente con el corazón, para poder asumir el proceso y la mirada del otro, desde un lugar más integrador y amoroso. Bien lo dice el profesor Humberto Maturana: el amor es permitir que el otro surja como legítimo otro, sin esperar que sea nada distinto a lo que es; bajo el supuesto de que en la manera en que es, ya es maravilloso.
El que yo sea muy maravilloso, invita a poder mirarme para transformar lo que todos tenemos para transformar. Pero es una tarea de cada uno, consigo mismo.
Esta poderosa distinción, ubica a cada uno en un lugar en el que tiene que decidir si se hace cargo de sí mismo; llevándolo a su “mirarse”. Y casi que haciéndolo consciente de la necesidad de no quedarse entretenido mirando la ventana del otro.
En este sentido, es fundamental darse cuenta que miro al otro, solo desde el lugar en el que lo puedo mirar. Pero si soy consciente, tal vez, pueda cambiar mi mirada hacia un lugar más amoroso y de menor exigencia; y por lo tanto, de mayor fluidez, bienestar, eficiencia y eficacia.
Esto finalmente lo que muestra, es que las redes colaborativas se justifican precisamente porque el otro pone, aquello en lo que yo no tengo tanta habilidad o conocimiento; y yo pongo, lo mejor que yo tengo, entendiendo que es posible que existan nodos y personas que no tienen desarrollada mi luz. orro en mi organización?
Diciembre 10 de 2019.