Por: Ana María Estrada Tobón
La conversación tiene su esencia profunda en la confianza. Y la confianza no es un tema para dejar suelto, pues no solamente está en la capacidad que tiene el otro de cumplir con lo que se compromete; sino que tiene que ver con mi mirada del mundo, mi camino de vida, mis propias cegueras, certidumbres, criterios de validez y lo más grueso de todo: mis propios miedos.
Y esa es precisamente la razón por la cual, caminar y avanzar en este camino de la confianza es tan complejo, pues se requiere todo un trabajo de articulación organismo-nicho que permita que en esa convivencia, yo pueda ver de mí mismo, aquello que se me dificulta ver, con el fin de recorrer esa camino que hemos trazado en Redes Colaborativas: darnos cuenta, evaluar el sentido que tiene para nuestro propio vivir aquel darnos cuenta, y hacernos cargo si tenemos la fuerza y el valor para hacerlo.
Desde esa perspectiva, la conversación se da en la confianza, en un proceso en que ambas surgen de manera natural al encontrarnos con otro, que como bien lo dice Maturana, puede ser uno mismo, o el otro. Pero esa manera natural en la cual surge, tiene las dos caras de la moneda: es bien sencilla y es bien compleja. Sencilla porque surge como puede surgir con el nivel de conciencia de las personas involucradas; y compleja, porque surge en un océano de inconsciencia, con unos rayos de luz que no alcanzan a iluminar, que son los que dan coherencia, contundencia al hacer y bienestar organizacional.
Tremendo desafío tenemos todos. Desde esta perspectiva se trata de “conciencia”, y la conciencia se trabaja en el mirarnos, en el silencio y en la conversación primordial: la que se da de uno con uno: silenciar el afuera y venir a un lugar extrañamente desconocido por todos nosotros: el adentro. Venir a colonizarnos a nosotros mismos, a conocernos, a ensayarnos, a entendernos, a comprendernos, para propiciar conversaciones ascendentes y honestas.
Octubre 11 de 2019.