Por: Ana María Estrada Tobón
Bien lo dice Maturana: para que un propósito sea común, se necesita que sean comunes los deseos. Y para que los deseos puedan llegar a ser comunes, necesitamos entender de qué se trata.
En este sentido, si nos sintonizamos a partir de estos deseos nos sentimos inspirados y esa inspiración compartida facilita la expansión del trabajo colaborativo desde:
• El amor y la pasión por lo que se hace. Si ese amor es “provocado” y por decreto; o si por el contrario, surge de manera natural, en tanto somos seres amorosos en nuestra biología colaborativa.
• La claridad en el propósito, que como lo diría Otto Scharmer, requiere una conexión y armonía profunda entre el pensar, el sentir y la capacidad de concretar y materializar en la acción. Un poco como lo expresa a su vez Maturana en lo que él denomina, los pilares éticos de la conducta humana: El conocer, el entendimiento y la acción ética y a la mano.
• El fluir, la conexión, la energía, la fuente. Lo creativo, el espíritu, la actitud y la alegría.
La inspiración y el propósito, nos llevan entonces a la pregunta por el sentido de lo que hacemos y por el papel que tiene en nuestra vida aspectos fundamentales y esenciales como la voluntad y la disciplina.
Desde ese lugar, surge la pregunta acerca de si ¿es posible, vivir en la fluidez del futuro emergente? O solo es posible participar de una deriva laboral desde el “deber ser”. ¿Seremos capaces de soltar “el control” y disfrutar del proceso? O, ¿necesitamos ponerle ese tono de rigidez y pesadez al nicho empresarial? Estas preguntas, son el sustento epistemológico de las redes colaborativas; y es ahí en la manera cómo nos asumimos a nosotros mismos y al mundo laboral, como escogemos el mundo que queremos para crearlo y recrearlo.
Junio 12 de 2019.