Por: Ana María Estrada Tobón
En el camino que he venido recorriendo en estos diez años de Confluye, me he encontrado con personas y con preguntas que han alimentado e inspirado las mías. Sin lugar a dudas, una de esas personas, ha sido el Sintergético Jorge Carvajal, con quien he tenido el privilegio de compartir miradas y sentires alrededor de lo que significa la vivencia de lo humano y la manifestación sistémica de la vida. La vida privilegia siempre la vida; y así como anoche en el curso Gloria Cano nos compartía que Todo lo que se haga desde el alma, sale bien; y que es el ego el que no está nunca preparado; también es cierto que existe una ley universal de la vida que le rinde homenaje y de la cual, todavía nos falta mucho camino por recorrer para identificarla con claridad, vivirla y sentirla. Y es bien especial, porque la manifestación de esta ley, está siempre presente en cualquier deriva del vivir en la cual nos manifestemos. Basta detenerse un poco para poder sumergirnos en ese milagro maravilloso de sincronías, simpatías y sintonías que fluyen y confluyen para que la vida pueda ser conservada. Nos corresponde entonces a todos, el que nos dispongamos con amor y con alegría a ponernos al servicio de la vida.
Es precisamente en esa tensión en la que pudiéramos reflexionar de manera tal que el sentido y el hacerse cargo, puedan aparecer: Si consideramos que en esos propósitos evolutivos de los cuales nos habla Laloux en su maravilloso libro de Reinventar las Organizaciones, no tienen que ver únicamente con lo que cada uno de nosotros alcanzamos a ver, entonces pudiéramos movernos en consecuencia hacia la contribución a un propósito mucho más amplio que el de un nicho organizacional, por ejemplo, que nos invita a considerar la vida como una unidad sistémica mayor.
En este trasegar, y de la mano de Carvajal, que sin pretenderlo me ha inspirado a la práctica de la integración reflexiva (como yo la llamo), y desde el campo en muchas oportunidades de la medicina (que quise acercarme para entender un poco más de la Biología Cultural, por aquello de lo Biológico), me contagié con ese bicho maravilloso de la conexión sistémica que aparece entre el Vivir y su conservación, entre los lugares de conciencia y los cinco elementos, que se manifiestan como en escalas maravillosas que se encuentran y se re-encuentran, descubriéndose y conectándose en la sorpresa que trae el descubrirse permanentemente.
La Sintergética trae distinciones y conceptos muy provocadores y provocativos, que invitan a que cada uno de los que nos hemos acercado a este camino, a ampliar la mirada y a expandir el espíritu.
Aparece entonces La Tierra, representada en nuestro organismo en nuestras manos y en nuestros pies, pero también en todo nuestro cuerpo a partir de la distinción de lo que Carvajal llama Pantallas reflejas. Las pantallas reflejas permiten que nosotros podamos materializar (en la subida de la U), el trabajo por la tierra por ejemplo, -o por cualquier otro de los elementos- en un lenguaje que el organismo reconoce y recuerda; siendo precisamente ese lenguaje el que permite la recuperación de la salud, mediante el reconocimiento de un patrón de ordenamiento. Sistémicamente, solo nos podemos integrar cuando nos ordenamos. En palabras de Otto Scharmer, sería que cuando perdemos la presencia, nos perdemos de nosotros mismos; e incluso podríamos perder nuestra salud y nuestro bienestar sistémico, porque no recordamos quiénes somos en realidad: es decir, nuestro orden interno, se conecta armónicamente con un sistema mayor. Desde esa perspectiva, el camino del vivir, es precisamente ese: limpiar, aclarar, conectar, recordar, recrear eso que somos, porque al hacerlo, podemos cumplir nuestro papel desde el alma, que trae la voz del campo y que por lo tanto, sirve a la vida.
La tierra entonces nos trae el patrón de información ancestral completico: con nuestras deudas, con nuestras vivencias; nuestras alegrías y nuestros dolores. Y como si todo eso fuera poco, también, expresa nuestros desafíos. La tierra recrea eso que traemos como linaje, pero que muestra la manera cómo lo hemos vivido. Tiene que ver con la conciencia que nos trae el reino mineral, que nos muestra la vocación de reflejar la luz. Un mineral es más valioso en la medida en que sea capaz de transparentar la luz. Nuestra responsabilidad es ser capaces desde nuestra conciencia mineral que está por evolución tallada en nosotros, de trabajar para que ese reino mineral en nosotros, pueda ser expresado, vivificando esa conciencia mineral que es capaz de reflejar no solo esa luz que somos, sino también la luz del alma universal.
El agua, representa el movimiento y las emociones. Las emociones tienen la fuerza de movilizarnos hacia algún lugar: vivimos aguas tormentosas por momentos; pero también tenemos la vivencia del deleite profundo de las aguas calmadas. El movimiento tiene esa cualidad maravillosa de que no podemos controlarlo. Siempre está presente; y sin embargo, hacemos repulsa porque queremos quedarnos en la comodidad de la quietud, sin darnos cuenta de que lo que no se mueve, se muere. La conciencia del agua que se mueve, podría tener una relación con una conciencia creativa, que nutre y que da vida; que alimenta y posibilita. Sin agua, nos morimos de sed, sin agua no podemos florecer. La conciencia creativa da vida en lo físico, pero también en lo psíquico. Y estas dos manifestaciones tienen orígenes diferentes y potencias únicas en su expresión. Allí se podría hablar de la fuerza y de la potencia de la concepción de un ser humano, de la concepción de un proyecto, de una iniciativa y de una idea, del propósito que nos conecta. La Conciencia psíquica, trae el ejercicio creativo que se conecta con la luz del alma de manera consciente y por lo tanto, es la misma pero con el atributo del ascenso de la U.
El movimiento del agua, la fuerza del movimiento, también nos trae la conciencia animal. Pero para poder traer la conciencia animal, tuvimos que haber pasado por la conciencia vegetal, que invita y trae la devoción por la luz. El mundo vegetal sabe lo que es la búsqueda de la luz, y tiene claro que en esa búsqueda y en esa orientación están sus posibilidades. La luz es la que posibilita la manifestación del color, del verde de las hojas, de la fertilidad, en un mundo vegetal fuertemente arraigado en la tierra. Lo que muestra y demuestra lo importante del enraizamiento, para el desarrollo de la conciencia vegetal en nosotros. Cuando aprendemos a que la luz se manifiesta a través de nosotros, interiorizamos la importancia de la luz para poder florecer.
La potencia del fuego viene a enriquecer todo este panorama fascinante de conexiones sistémicas amplias, al cumplir su función de transmutación y de transformación que convierte la U de Otto Scharmer, en una maravillosa y completa O. El vivir consiste en que caminamos todo el tiempo desde lo sutil para materializarlo; y desde el mundo de lo concreto para sublimarlo. Y esa es la fuente de inspiración: ese movimiento entre el sublimar y el concretar. Lo sublime se convierte en obra; y la obra se convierte en trascendencia. El fuego que permite y que nos posibilita que podamos “quemar”, transmutar eso que somos, en conexión con nuestro origen, y con ese “de dónde venimos”. El fuego calienta, nos calienta y nos enfrenta con nosotros mismos y con los demás, invitándonos a la pregunta por nuestras certezas que limitan o amplían nuestro mirar.
Y como si fuera poco, aparece el Aire que trae la conciencia reflexiva, un estadío que va integrando la conciencia del mundo mineral, vegetal, animal de manera magistral y admirable. Aparece el viento con una potencia y un atributo diferente: el ir y el venir, el poder cambiar de opinión, el darnos cuenta de que lo que hoy es, y que tal vez mañana no sea; el delirio de las claridades, al mostrarnos que van apareciendo en el caminar. Pero también nos muestra eso de la presencia, de la escucha generativa de la cual nos habla Otto en su propuesta de la Teoría U: el que no lo veamos, no quiere decir que no esté. Por momentos es bastante ruidoso, e incluso puede llegar a ser bastante problemático, pero ahí está cuando está calmo. No lo vemos, pero nos da la vida, nos posibilita el respirar, y nos muestra lo que significa el que todos podamos vivir juntos, respirando, cada uno a su propio ritmo. Porque él se entrega de manera maravillosa para que en esa unidad ecológica organismo-nicho, cada uno haga su parte, para la construcción de ese todo mayor, para que el nicho amplio se exprese a partir del nosotros, y para que las organizaciones sean un escenario privilegiado para contribuir a que la deriva del vivir, sea más armónica, amorosa y de mayor amplitud.
La conciencia integradora aparece con el éter, que resultaría de la integración de la tierra, el agua, el viento y el fuego. Nos invita a entender que esa luz que está en cada uno de nosotros representada en nuestra esencia, es la misma de la luz del sol, y de la luz que existen en otras galaxias y en otros mundos, que terminan siendo los mismos. Pero que esa luz que está en cada uno de nosotros, se ilumina y se enciende en un mundo de posibilidades, porque están “unos otros” que conversan, que se piensan, que se miran, que se mueven y que se transforman. Y desde ahí, lo que podemos darnos cuenta es que nosotros y a nuestro alrededor, tenemos un nicho sistémico fértil para nuestro caminar juntos; solo que aún no lo hemos visto. Ahí está la invitación.