Por: Liliana Hoyos Arboleda
¿Cuál es mi don, mi talento, mi habilidad, aquello que me hace un ser único, aquello que me permite salir de la sensación de oquedad?
¿Y si el talento no es mío, si solo se expresa a través de mí como la vida misma?
Cuando me asomo a mi interior y no encuentro nada más que un agujero negro y callado, “como un vacío sin fondo”, pienso que soy imperfecta, que no fui dotada con talento alguno. Pero, cuando miro afuera y encuentro en todo lo que me rodea el propósito de su existencia, entonces me pregunto ¿por qué no puedo verlo en mí? ¿Me encuentro huérfana de talento?
¿Será que mi talento está oculto?, ¿será que no lo tengo?, ¿será que está sepultado? Y si quieren medirlo ¿cómo lo van a reconocer, si yo misma no lo veo?.
Y cómo verlo si estamos tan distraídos, desconectados y anestesiados, mirando hacia afuera, embelesados con el ego que nos lleva a la impostura, a la imitación, olvidando nuestra autenticidad, olvidando cómo regresar a nuestro interior para conectar cabeza, corazón y voluntad.
Si el talento es un don, una dotación biológica de la naturaleza, un regalo de mis ancestros, una marca de nacimiento, de mi esencia, de mi existencia, es entonces una semilla que en cualquier momento puede florecer, por lo tanto, lo tengo, está en mí, es mi herencia. ¿pero el hecho de que esté en mí lo hace mío o solo soy un canal para que se exprese?
Esa semilla es un pequeño brote esperando su transmutación, lo que implica que la semilla muera para convertirse en flor, dando paso a una nueva vida que en su interior hospeda también la semilla que le dio origen.
Dones y talentos son una manifestación del alma, una manifestación del propósito de vida, responden al para qué de la existencia, hacen parte del diseño humano, de lo que somos, y para lo que fuimos hechos.
El talento no es un recurso para guardarlo en un cofre bajo llave, por el contrario, crece más cuando se pone el amor en movimiento, cuando circula y se comparte, y al hacerlo nos donamos para germinar y florecer en la tierra de los otros.
Entonces, el viaje a emprender para conectar con el talento es el despertar de la conciencia: ver, darse cuenta, re-conectarnos con nosotros mismos, con nuestra genuina identidad, amarnos y aceptarnos incondicionalmente, asumir nuestro despliegue con el ser esencial que nos habita.
El reconocimiento del don o talento sucede en la toma de conciencia, en la conquista del ser que somos, en el re-descubrimiento de lo que somos, expresar lo que hemos olvidado y desmitificar la creencia de que el talento tiene que ser algo espectacular y sobrenatural.
¿Y acaso no es espectacular descubrir el don de quienes
sanan con su presencia o con su sonrisa,
nutren relaciones con su manera de conversar,
cocinan un plato con tanto amor que unen una familia,
saben escuchar y acompañar,
lideran un equipo de trabajo,
muestra su maestría en las artes o deportes,
pueden mirar en el interior de otros y producir un movimiento de conciencia
nos hacen más liviana la vida con sus chistes?…
Reconocemos que actuamos desde nuestro talento cuando cualquier tarea que hagamos por sencilla o compleja que sea no nos lleva al sufrimiento, ni al cansancio de empujar, sino al disfrute, liviandad y Satisf-Acción, una acción que nos satisface, que nos lleva al contento en el alma.
El talento circula y lanza vibraciones al aire que resuenan con otros y desde allí genera interconexiones para que podamos donarnos y fluir en armonía con el universo.