Por: Ana María Estrada Tobón
Tenemos qué vivir y enfrentar este futuro emergente que está queriendo a toda costa surgir, para ser transformado con inteligencia, con relaciones fortalecidas y con una voluntad abierta, sistémica y panorámica. El futuro que está emergiendo es absolutamente disruptivo: las certezas se diluyen y nos invitan a un aprendizaje acelerado hacia eso que llamamos vivir en la incertidumbres.
Las planeaciones se convierten cada vez y con mayor rapidez en mapas de rutas que marcan un derrotero con sentido, pero que al mismo tiempo, evocan unas consecuencias sistémicas mayores que pueden trastornarlas y cambiarlas; incluso, algunas veces de manera definitiva. La deriva natural, de la cual tanto habla Maturana, tiene que ver con este simple pero pavoroso concepto, de que si no ampliamos nuestra mirada más allá de nuestras narices, la podemos llegar a pasar, bastante mal.
Y de eso se trata, este caminar de la competencia a la colaboración: se trata de encontrarnos en lo que somos, como personas, para que cada uno desde lo mejor de sí mismo, transforme su hacer desde un “yo” hacia un “nosotros” colaborativo, en el que el aprendizaje pasa también desde lo individual, hasta lo colectivo, dándonos una mirada y una concepción diferente de unidad, en donde el sobresalir individual, carece de sentido, porque nos damos cuenta de que si no somos todos, no lo logramos.