Por: Liliana Hoyos Arboleda
“Todos tenemos dos cumpleaños. El día en el que nacemos y el día en el que despierta nuestra conciencia”. Maharishi
¿Nacemos lideres o nos hacemos lideres? ¿El liderazgo es privilegio de unos pocos? ¿cómo se llega a ser líder?, ¿quién lidera?, ¿desde dónde lo hace?, ¿quién le otorga el pasaporte de líder?
Estas preguntas me han acompañado por muchos años en mi trayectoria laboral donde me he encontrado no solo con las teorías de liderazgo, sino con el ejercicio del mal llamado liderazgo asociado a un cargo o rol.
El liderazgo es un concepto que tiene mucha carga social, política, emocional, religiosa y nos resistimos a ellas cuando percibimos abuso, injusticia y dominación entre otras formas. El liderazgo no es un atributo de unos cuantos, es más bien un atributo implícito en todos, es un deber ser, una vocación perdida por creer que es solo el fortunio de unos pocos. Pero todos estamos en este viaje, en la búsqueda del yo y de la vocación que a menudo nos lleva a atravesar experiencias difíciles, similar al viaje del héroe, o de una peregrinación llena de pruebas y desafíos. Estas adversidades pueden llevar a profundas comprensiones personales y a un despertar del verdadero Yo o puede llevarnos a perdernos en el laberinto de nuestras creencias.
Nos confundimos en el viaje quedándonos a habitar en la estación del ego
Yo soy el líder, yo soy el jefe, yo soy el responsable, son frases comunes para hacerse escuchar y validar su liderazgo ante “su gente”. Pero ¿quién habla?, quien hay detrás de estas frases?, nada menos que nuestro amigo el EGO cargado de historias, creencias, memorias, guiones, roles, expectativas y miedos. Un yo soy … enmascarado, con muchos rostros, un yo que sufre porque está identificado con lo que se espera de él.
Confundimos la imagen e identidad que tenemos de nosotros mismos con nuestro Yo real. Creemos que somos los roles que asumimos, aquellos por los que nos valoran y nos da un lugar en el mundo, roles que se han ido asentando con el tiempo dejando una huella, una imagen creada de nuestro yo con la cual nos presentamos al mundo. Esta imagen nos da seguridad porque nos ayuda a estabilizar nuestras identidades a nuestros propios ojos. El problema se presenta cuando la imagen que hemos creado no concuerda con la imagen que otros tienen de nosotros y entonces nos sentimos extrañados, disgustados, enajenados, por la falta de reconocimiento y valoración que el otro tiene de lo que yo soy o hago o cuando nos sentimos tan identificados a esa imagen que olvidamos lo que realmente somos.
El ego es necesario para asuntos prácticos como inscribirse en un programa universitario, pedir una visa, presentarse a un trabajo, etc., necesitamos un nombre, una nacionalidad, una historia, ya que no podemos presentarnos en una embajada diciendo “yo soy luz pura creada por el universo”, sino yo soy fulano de tal, nací en tal parte… Esta identidad creada, el yo con el que nos presentamos, es nuestro asidero, es un soporte para habitar en el mundo, sin embargo, esto es una ilusión porque estamos cambiando constantemente, a pesar de que tengamos el mismo nombre hemos cambiado a lo largo de la vida, no solo en lo físico, sino también en lo emocional y mental. La paradoja está en que al mismo tiempo somos otro y el mismo, somos todos los yoes que nos han acompañado a lo largo de nuestra existencia, incluso los que hemos heredado por nuestra familia y cultura. Lo importante es no quedarnos atrapados en apariencias, no terminar identificados con todos los yo soy que hemos construido a lo largo de la vida, sino entender que éstos han sido fundamentales para vivir en el contexto socio cultural al cual pertenecemos, pero somos mucho más que eso.
Avanzamos en el viaje cuando reconocemos que hay otras estaciones
Somos el que camina en la vida, el yo soy (mi personalidad con todos mis roles), el Yo (mi ser) y el Nosotros (Unidad), somos la parte y el todo. En este viaje de la vida vamos del yo al Yo al Nosotros y a veces nos perdemos en el ego, en el deseo de control y figuración y cedemos nuestro poder interior al ego, o nos perdemos en el nosotros cuando negamos nuestra individualidad y autonomía y cedemos nuestro poder a otros. Pero hay un Nosotros donde nos integramos y nos diluimos para hacer parte de algo más grande, como lo hace el rio o la lluvia al integrarse al mar. Pero primero para ir al otro, y al nosotros hay que abrazar el propio yo, reconocer su territorio, su energía ancestral, su fuerza individual y creadora, su luz y su sombra para luego ir al Yo más profundamente y estar allí en su presencia. Como nos recuerda Frédérick Laloux: “Solo podemos ir tan lejos en el nosotros, mientras habitamos por completo el yo, pero no un yo basado en el ego, sino un Yo que ha escuchado profundamente a lo que quiere ser vivido”. y Otto Scharmer nos refuerza esta idea cuando dice que “el nosotros habla a través del yo”.
Durante viaje hacemos pausas agudizando la observación, la escucha y la presencia
Cuando nos sumergimos en el nivel de atención más profundo, observando, escuchando, dejando ir para conectarnos con ese estado de presencia donde mente, corazón y voluntad entran en coherencia, nos damos cuenta de que en realidad somos dos personas, tal como nos ilustra Otto Scharmer: Una es la persona en que nos convertimos como resultado de nuestro viaje pasado, y éste es el “yo” con minúscula. La otra es la que podríamos llegar a ser, como resultado de nuestro recorrido futuro, y es el “Yo” con mayúscula: nuestra más alta posibilidad futura”. Un yo en la bajada de la U y un Yo en la subida de la U, capaz de integrarse al Nosotros.” Cuando entramos en ese nivel de atención podemos mirar cómo operamos, qué nos motiva, que nos inspira, cómo actuamos y desde allí “Podemos cambiar la realidad cambiando el lugar desde el que operamos”.
En el peregrinaje por los senderos del yo al Yo escuchamos nuestra voz o llamado a contribuir, a dar lo que soy
Cuando re-conozco mis dones, talentos, limitaciones y el llamado del sentido de mi vida, sabre entonces como contribuir en el Nosotros. El Nosotros no es posible desde el yo egoico, se requiere habitar el Yo, o más bien, dejarse habitar por el Yo para que la vida se mueva a través de uno. Parker J. Palmer nos lo recuerda con estas hermosas frases: “Durante mucho tiempo llevé la vida que creía debía vivir, hasta que entendí que podía simplemente rendirme a la vida que quería ser vivida a través de mi”, “antes de decirle a tu vida lo que pretendes hacer con ella, escucha lo que ella pretende hacer contigo”. Escucharnos a nosotros mismos puede ser un gran desafío debido al condicionamiento social, que a menudo prioriza las voces externas sobre las propias y nos hace sordos a nuestra propia voz.
Recuperar nuestra voz, nuestra autonomía para poner nuestro talento al servicio del Nosotros hace parte de la travesía del liderazgo, el viaje al que estamos invitados todos. Es un peregrinaje por los senderos del yo al Yo, entendiendo que este movimiento nos lleva al afuera y al adentro en una danza eterna entre éstos. El movimiento hacia adentro nos invita al silencio y a la soledad para encontrarnos, observarnos, escucharnos, es un estado de relación entre lo que creo que soy y lo que soy. El movimiento hacia afuera es un ir al mundo de los otros y del entorno para entender que no están separados y tampoco están afuera, sino que hacen parte de lo que soy. El afuera es una ilusión porque el otro y el entorno también están adentro.
En el viaje nos encontramos con la joya del Intersomos, el YOTRO
Nuestro yo no es individual, sino un yo en relación con el otro, con el entorno, con el todo. Es un conjunto de relaciones donde nada puede ser separado. Cualquier cosa que esté relacionada con nuestro yo se convierte en parte de nosotros, en un Yotro, como nos recuerda Thich Nhat Hanh el milagro del interser: “Intersomos unos con otros y con todo lo vivo, nuestros ancestros están dentro de nosotros”. “Nuestro cuerpo es una comunidad de billones de células no humanas, sin las cuales no estaríamos aquí. Estamos hechos de elementos no humanos”. En el intersomos vivimos no en un universo de objetos, o de individuos, sino en un universo de relaciones.
“Al principio parece que las cosas existieran externamente unas de otras. El Sol no es la Luna. Esta galaxia no es aquella galaxia. Tú estás fuera de mí. Los padres están fuera de los hijos. Pero, al mirar atentamente, vemos que todo está entretejido. No podemos extraer la lluvia de las flores, ni el oxígeno del árbol. No podemos extraer al padre del hijo o al hijo del padre no podemos extraer nada de ninguna otra cosa. Somos las montañas y los ríos; somos el Sol y las estrellas. Todo Inter-es”. Thich Nhat Hanh
De igual forma, la casa en que vivimos no es simplemente un objeto, no está afuera, es más bien la relación entre sus elementos (ladrillos, madera, arena, cemento), el albañil, el espacio en el cual se construye, los sueños y deseos puestos en su construcción, el habitante que mora en ella con las vivencias que le dan vida.
En la naturaleza todo obedece a una autoorganización, a un patrón de relaciones, así un árbol es un conjunto de relaciones entre la tierra y el cielo que se manifiesta en formas y colores diversos. La semilla puede expresar su potencial solo en relación con la tierra. El ser humano, la flor, la montaña cada especie está hecha de elementos que no son propios de su naturaleza y sin esos elementos no existirían. Nicho y bicho se entretejen.
Nicho y bicho no están separados, son una unidad, son una red de relaciones íntimas, son un modelo relacional. El muro que separa a los individuos dentro de una organización no es nada más que el ego. Parafraseando a Clifford Geertz las barreras que nos separan no están en los bordes de los ríos, ni en las montañas, están en el borde de la piel. Nuestras barreras son mentales, son creencias, son memorias, son como falsos tesoros acumulados para posarnos sobre ellos creyendo que nos dan certeza y firmeza, hasta que nos damos cuenta del viaje que debemos hacer.
El viaje por los senderos del yo al Yo nos lleva hacia el reino de la conciencia
El viaje es una travesía que nos lleva hacia la conciencia, un viaje que nos invita a saltar la orilla del rio para ver el paisaje desde otro lugar, de vuelta a nuestro interior, a la caverna del corazón, a nuestro centro, a nuestro poder interior. Rabindranath Tagore decía que “cada uno de nosotros es líder supremo en su propio reino”. El liderazgo no es una ciencia, ni un arte, es un estado de conciencia en el que descubrimos el camino a nuestros propios reinos.
Este caminar a nuestros propios reinos: al reino de la mente, de las emociones, del cuerpo, del espíritu, de las relaciones entre sí, implica como lo dice Otto Scharmer “Voltear el haz de luz hacia sí mismo, doblar el haz de atención para vernos a nosotros mismos”. Caminar sobre estos reinos exige silencio y soledad para escuchar la voz interior y poder intimar con nosotros mismos, y desde allí llevar nuestra atención al lugar interior, al lugar desde el cual estamos siendo. Es mirando adentro y no afuera que logramos conectarnos con nuestro Yo. El liderazgo desde afuera es un liderazgo del ego, puesto en las formas, en el poder, en la ambición, en la expectativa y en el miedo.
El viaje del liderazgo es un viaje de volverse consciente, de realizar en cada uno esa potencialidad de la conciencia
Debashis Chatterjee nos dice que “El liderazgo es más un campo de conciencia que un rasgo de personalidad”. Ve la conciencia como una potencialidad que está ahí para todos, hacemos parte de ella, aunque no la veamos o no seamos conscientes de ella. Es como la tierra sobre la cual crecemos como semillas, caminamos sobre ella y no la percibimos porque caminamos en automático. La conciencia está allí como la tierra para la semilla, solo hay que dejarse reposar, asentarse en su cuna y conectar con la armonía de la vida, consigo mismo y con el universo, siendo testigo del amor en movimiento al florecer. Debashis Chatterjee nos dice que “No es la conciencia, sino la manera de volvernos conscientes lo que cambia de un ser a otro. Volverse consciente es el proceso de realizar esa potencialidad”.
El viaje del liderazgo es un viaje de volverse consciente, de realizar en cada uno esa potencialidad, es el viaje del héroe que lleva a perderse a sí mismo y darse a sí mismo a otros, salir del yo para ir al otro, perderse del yo para llegar al Yo y pasar del Nos-otros al Nosotros. Es un proceso consciente de descubrir y cultivar infinitas posibilidades trascendiéndose a sí mismo, actuando desde el potencial individual, desde la autenticidad del ser que soy.
Durante el viaje nos damos cuenta de que algo ha cambiado, no es la conciencia, sino nuestra manera de volvernos conscientes
El viaje del liderazgo es un peregrinaje de autotrascendencia cuyo destino final es el pasar del yo al Yo al Nosotros, al YOTRO. El viaje es lento, vamos y volvemos, regresamos a viejos lugares de conciencia, aunque ya no somos los mismos, nos damos cuenta de que algo ha cambiado, no es la conciencia, sino nuestra manera de volvernos conscientes. Es nuestro viaje que nos ha llevado a ser un observador desde otro lugar.
Y durante el viaje del liderazgo nos nutrimos del amar
¿Cuál es la fuente del liderazgo? La fuente no está afuera, sino adentro, el poder no está afuera sino adentro, en su centro, el poder interior no es cuestión de intelecto, de acumulación de conocimiento o incluso de experiencia, trasciende al yo cuando conecta mente, corazón y voluntad, con la intuición desde donde evoca la naturaleza superior, la sabiduría de la vida misma que quiere actuar a través del líder.
El amar es la fuente del liderazgo, no lo es el temor que lleva a la intimidación, tampoco lo es la manipulación a través del premio y castigo, ambas coartan la libertad del ser y la inspiración. El amar conduce a que el trabajo se haga desde el disfrute sin esfuerzo porque fluye desde el gozo en el ser haciendo y no desde el esfuerzo con sufrimiento.
El amar es el abono necesario para dejar florecer a los demás, para que cada uno sea un testimonio vivo de su potencial y autenticidad. El liderazgo desde el amar facilita el crecimiento de cada uno, deja ser, deja aparecer al otro con la fuente de poder que ya posee, con su potencial, su talento, su nota, su capacidad de dar y contribuir. Más allá de permitir que el otro aparezca, se trata de dejarse aparecer así mismo, cultivando el amor y la comprensión, aprendiendo primero a relacionarse consigo mismo.
Inspirado en:
El liderazgo consciente de Debashis Chatterjee. Editorial Granica, 2010
El arte de vivir de Thich Nhat Hanh. Editorial Urano, 2028
The «I» and the «We» – Frédéric Laloux https://youtu.be/dIcmpy10PaE
Liderar desde el futuro emergente: de los egosistemas a los ecosistemas económicos de Otto Scharmer. Editorial Eleftheria, 2015