Por: Ana María Estrada Tobón
Me llama la atención la ceguera tan tenaz que tenemos las personas de buscar lo seguro. Bien lo dice mi maestro Maturana: los seres humanos somos profundamente conservadores, y cuánta razón tenía. Queremos conservar lo conocido, nuestras creencias, nuestros prejuicios, nuestro trabajo, nuestro sueldo, nuestro nicho.
A veces, sin importar y sin preguntarnos si ese nicho, sí nos pertenece, si nos aporta y si es nuestro mejor escenario para hacer lo que vinimos a ser: nuestra mejor versión de nosotros mismos” Este poderoso “apego” a conservar lo que venimos siendo nos impide de manera tajante y terrible, el permitir que surja lo que está queriendo emerger.
Desde esa perspectiva, el ánimo baja, cuando nuestras expectativas no se cumplen y entonces nos frustramos. Nuestro apego a lo que queremos que pase o que sea, se tira en todo, la confianza no aparece, y terminamos condenados al fracaso.
Qué arrogantes somos las personas: creemos que sabemos exactamente lo que es. Y no entendemos la importancia sistémica del nicho, que se divierte con nuestra ignorancia, y nos arroja en un mar de dudas e incertidumbre.
Desde ese lugar interior, el mirar y valorar la foto del ánimo o de la emoción, se convierte en una herramienta fundamental de transformación de y “parao” auténtico y con sentido. Un parao que se ubica en su justa dimensión: es decir, en un lugar de humildad, de compasión con nosotros mismos y con los otros. Un lugar en el que no hay espacio para el ego. Y en el que la máxima consigna es el permitir.
Pero todo esto no hay que escucharlo como que me resigno: todo lo contrario. Me empodero, para poder tener el valor de vivir y de abrirme a los desafíos que día a día me presenta el vivir laboral, y que sé que no puedo controlar, y que mientras más quiera hacerlo, más sufro y más me canso.