Por: Ana María Estrada Tobón
La inspiración central de las redes colaborativas tiene que ver con el desafío de hacer posible una transformación cultural en el mundo organizacional, que nos permita transitar de la competencia hacia la colaboración; en la confianza de que los seres humanos podamos mediante la profundización en nuestro autoconocimiento, recordar nuestra esencia “amorosa”, es decir, permitir que el otro surja como legítimo otro, sin empujarlo a que sea como yo quiero que sea- lo cual nos permitirá que finalmente podamos laborar y convivir en bienestar.
Las Redes Colaborativas se centran en tres líneas de trabajo, que son absolutamente indispensables. Sin su desarrollo, la colaboración no surge, pues el trabajo se realiza siempre en “espiral”: desde adentro, hacia fuera. Las tres líneas de trabajo planteadas, son:
• El Darse cuenta: el poder ver los puntos ciegos (tal como lo diría Otto Scharmer), recorriendo el camino desde lo inconsciente hasta lo consciente, mediante la transformación en la convivencia que se realiza en la unidad ecológica organismo-nicho: el estar atentos, sobre todo a lo que el otro me muestra y que normalmente, no me gusta, que plantea un aprendizaje en el poder ver, eso que se me dificulta ver.
• El sentido que tiene para las personas lo que hacen, lo que sienten, lo que desean, lo que temen, lo que los asusta, lo que los emociona. El sentido es el elemento fundamental del bienestar; así como la disciplina lo es para una vida basada en el “deber ser”. Es por eso que el sentido expande el alma y el espíritu, y las personas sienten que bien vale la pena vivir; mientras que la disciplina contrae y limita, al poner de por medio, las certezas que condicionan el vivir, y por lo tanto, pretenden hacerlo “igual” para todos los integrantes del mismo nicho cultural.
• El hacerse cargo: Al permitir que el nicho me muestre lo que de otra forma, no logro ver, y evidenciar el sentido que esa situación tiene para mí, valorando con qué cuento, al mirarme a mí mismo, de manera que pueda moverme o quedarme quieto. El quedarse quieto, también puede ser una manera de hacerme cargo, pues este maravilloso y potente concepto, no implica únicamente un movimiento hacia la acción. La quietud puede llegar a ser un movimiento muy poderoso y lleno de fuerza y sentido para el vivir de una persona. El hacerse cargo no tiene que ver con la moral: tiene que ver con que cada uno se asuma y se responsabilice por sus propias decisiones y escogencias. Desde esa perspectiva, no hay nada que pueda ser bueno, ni malo. Solo opciones oportunas o inoportunas para la vida de las personas. Implica entonces el que cada uno de nosotros permita que el otro elija, lo que considere pertinente, sin tener que opinar por las decisiones que se toman a través de la ventana.
Sin tiempo, no existe la colaboración, porque nos saca del centro, de nosotros mismos, y nos perdemos en la confusión del afuera, olvidándonos de lo que vinimos a hacer en realidad: profundizar en nosotros mismos, como la clave central del liderazgo: el autoconocimiento que da la fuerza para la transformación de los nichos que habitamos, desde la fuerza de lo auténtico, sin miedos y sin ansiedades, aceptando lo que es, con movimiento profundo e interior.