Por: Sara Martínez Ramírez
En tiempos contrariados e inestables, las innovaciones y los emprendimientos surgen como formas de respuesta a las necesidades económicas, tal como lo narra la historia a partir de las diferentes crisis que ha experimentado la humanidad, y poco a poco nos damos cuenta que ya no es suficiente con que el paradigma sea económico desde la mirada tradicional, no se trata por tanto, solo de los capitales financieros, sino de capitalizar nuestra misma experiencia humana con propósito social. La fuerza de nuestros emprendimientos debe responder entonces a las necesidades eco-sistémicas.
Si la principal fuente de inspiración de nuestro trabajo es social con todo lo que engloba convivir en sociedad, sean nuevas y renovadas, nuestras formas de hacer y crear el trabajo. Tal como nos lo invita Otto Scharmer, de manera tan desafiante, debemos resignificar el trabajo más allá del empleo y volver a conectar con nuestra capacidad emprendedora sea cual sea el contexto, independiente o contratado.
El Emprendimiento Emergente, surge entonces como una necesidad sistémica que ayuda a conectar los puntos entre: la economía fragmentada, el consumismo y el trabajo agobiante, hacia un tejido de la economía amplia, el consumo colaborativo y el trabajo inspirador. Pero principalmente se requiere la re conexión entre el trabajador y su quehacer, el emprendedor y su emprendimiento, es decir, el tejido hacia el lugar interior.
Por esta razón, vale la pena reconocer la intención desde la cual los llamados emprendedores y los trabajadores de las organizaciones, atienden el llamado a crear o recrear los negocios y empresa, y conectar con la atención, es decir el foco sobre el cual ejercen su presencia, en lo que ocupan su tiempo, eso es a lo que llamamos desempeño, conectar todo el tiempo la atención del trabajo con la intención del mismo.